LA DOCENCIA ES COMO UN VIAJE EN TREN

Gramática de Andrés Bello

Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos

Andrés Bello ; prólogo de Amado Alonso
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La niña salvaje 1 de 6

Barreras para la adquisición del lenguaje humano.
Un caso real: Genny.

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Beatles – Historia, Evolución y Fin

¿Quién se ha llevado mi queso?

La Cigarra y la Hormiga (La Pequeña Lulú)

Noticias sobre Delincuencia

El verdadero valor del anillo

Un joven concurrio a un sabio en busca de ayuda.

— Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo ganas de hacer nada. Me dicen que no valgo absolutamente nada. Me gritan que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que los demás me valoren más?

El maestro, sin mirarlo le dijo: 
— Cuánto lo siento muchacho. No puedo ayudarte, ya que debo resolver primero mi propio problema. Quizás después…
Y haciendo una pausa agregó: 
— Si quieres ayudarme tú a mí, podría resolver el este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar
E… encantado, maestro, titubeó el joven, sintiendo que de nuevo era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
— Bien, continuó el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo meñique de la mano izquierda y, dándoselo al muchacho, añadió: «toma el caballo que está ahí fuera y ve al mercado. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, y no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas».

El joven tomó el anillo y se fue. Apenas llegó al mercado, empezó a ofrecerlo a los mercaderes, que lo miraban con algo de interés hasta que el joven decía lo que pedía por él. Cuando el muchacho mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le giraban la cara y tan sólo un anciano fue lo bastante amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era demasiado valiosa para entregarla a cambio de un anillo. Alguien le ofreció una moneda de plata y un recipiente de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta. Después de ofrecer la joya a todas las personas que se cruzaron con él, que fueron más de cien, y abatido por su fracaso, montó en su caballo y regresó. Cuánto hubiera deseado tener una moneda de oro para entregársela al maestro y liberarlo de su preocupación y recibir al fin su consejo y ayuda.

El joven entró en la habitación del maestro.
— Maestro, dijo, lo siento. No es posible conseguir lo que me pides. Quizás hubiera podido conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que pueda engañar a nadie respecto al verdadero valor del anillo.
— Eso que has dicho es muy importante, joven -contestó sonriendo el maestro-. Debemos conocer primero el verdadero valor del anillo. Ve a ver al joyero. ¿Quién mejor que él puede saberlo? Dile que desearías venderlo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca: no lo vendas. Vuelve aquí con el anillo.

El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego dijo al chico:
— Dile al maestro, joven, que si lo quiere vender ya mismo, no puedo darle más de cincuenta y ocho monedas de oro.
— ¿Cincuenta y ocho monedas de oro? -exclamó el muchacho.
— Sí, replicó el joyero.- Yo sé que con tiempo podríamos obtener cerca de setenta monedas, pero si la venta urge…

El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
— Siéntate– dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como ese anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte un verdadero experto. ¿Por qué vas por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y, diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo meñique de su mano izquierda.

(Jorge Bucay)

"QUÉ BUENO, QUÉ BUENO"

Cuentan que un rey tenía un consejero que ante circunstancias adversas siempre decía:

– «QUÉ BUENO, QUÉ BUENO».

Un día de cacería, el rey se cortó un dedo del pie y el consejero exclamó:

– «QUÉ BUENO, QUÉ BUENO».

El rey, cansado de esta actitud, lo despidió y el consejero respondió:

– «QUÉ BUENO, QUÉ BUENO».

Tiempo después, el rey fue capturado por otra tribu para sacrificarlo ante su dios. Cuando lo preparaban para el ritual, vieron que le faltaba un dedo del pie y decidieron que no era digno para su divinidad al estar incompleto y lo dejaron en libertad.

El rey ahora entendía las palabras del consejero y pensó:

 – «Qué bueno que haya perdido el dedo gordo del pie, de lo contrario ya estaría muerto».

Mandó llamar a palacio al consejero y le agradeció. Pero antes le preguntó por qué dijo «QUÉ BUENO, QUÉ BUENO» cuando fue despedido.

El consejero respondió:

– «Si no me hubieses despedido, habría estado contigo y como a ti te habrían rechazado, a mí me hubieran sacrificado».